Real Madrid

Goyo, un central de bigotes

Real Madrid La opinión de José Luis Hurtado

Desde la tribuna del Bernabéu se escuchaba 'Goyo, saca el hacha'. No era un trabajo forestal. La duda para descifrar aquél mensaje quedaba aclarada en un relámpago. El central, con la camiseta remangada haciendo pressing sobre el antebrazo y el codo, llegaba al cruce como una locomotora y el ariete, que podía ser Cruyff, Rubén Cano, Biri-Biri, Morete o Lobo Diarte, salía despedido junto al balón hacia los altavoces colocados sobre la línea de banda. A continuación, con la ovación recorriendo las tribunas de puro y coñac, el delantero se palpaba el cuerpo para comprobar que no le faltaba ninguna parte, saludaba al zaguero, y se preparaban para la siguiente.

Ese central era Goyo Benito, contraseña de la defensa del Madrid durante más de una década, un futbolista que sólo podía llevar el número '5', fabricado para ser el adhesivo del delantero centro. A Benito, socio de Pirri en el centro de la defensa blanca cuando el ceutí se retrasó, le caía mejor el barro, la sangre y la venda en la cabeza que el toque.

En esa época a los consejeros delegados de ese oficio no se les pedía sacar el balón jugado. Los centrales eran mucho más, eran los depositarios de los deseos de furia de los aficionados, unos tipos a los que llamar si el partido iba camino de una emboscada. Además, desde Sudamérica había aterrizado una legión de señores capaces de desayunar tibias y peronés.

Benito, por supuesto, con el tiempo se dejó bigote, la cordillera obligatoria para su puesto, más importante que la espinillera. Un central sin pelo encima del labio corría el riesgo de ser considerado un impostor, una copia falsificada. Ahí están los cromos de Benito, Migueli, Sañudo, Arteche y tantos otros para certificarlo. Cada equipo disponía de un tipo capaz de atemorizar a un rival con la mirada. Para la afición local esos centrales representaban un héroe; para la contraria, el Anticristo.

El código Benito

El Bernabéu ha pitado a jugadores capaces de hacer un túnel en una asamblea de piernas en la frontal del área o a artistas de sonrisa eterna que ahorraron una carrera hacia atrás. En esas galerías desde siempre se ha premiado más el sudor que la filigrana y la camiseta rota que el frac brillante. El disimulo y la pose no existían en el código Benito.

En ese estadio jamás se dedicó un silbido a un central que jugaba cada minuto como si fuera el último de su carrera. La conexión de la nobleza de Benito con el cariño del anfiteatro fue irrompible. Ahora, con el estadio apagado, en días tristes, con la vida a media asta, no se le despedirá como merece, pero si se acerca uno al Bernabéu se escucha 'Goyo saca el hacha'.