El DUP dice no al acuerdo y complica su aprobación por el Parlamento

Brexit, recta final

La negativa de la UE a una nueva prórroga puede jugar a favor de Boris Johnson

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Arlene Foster, en el centro, líder del Partido Democrático Unionista (DUP) en la ceremonia de duelo por Martin Mcguinness

BEN STANSALL / AFP

Winston Churchill, hombre inteligente y viajado, y fuente inagotable de sabiduría, decía que con frecuencia se había comido sus propias palabras, pero debían ser bastante digestivas porque le sentaban muy bien. Boris Johnson también ha tenido que comerse las suyas, accediendo a un acuerdo para la salida de Europa muy parecido, como si fuera un hermano gemelo, al que calificó en su día de ridículo, afirmando que ningún primer ministro podría suscribirlo porque se trataba de renunciar a parte de la soberanía y aceptar el vasallaje de la UE.

Quienes no se comen sus palabras son Arlene Foster y demás dirigentes del DUP, el partido unionista, protestante y ultraconservador del Ulster que ha apoyado a los gobiernos minoritarios tories desde las elecciones del 2016. Y eso que en su caso se trata de sólo dos letras, las de no. Su filosofía es el negativismo, el no surrender (no rendirse al movimiento republicano, el nacionalismo irlandés y los intentos de reunificar la isla), el no a la liberalización del aborto en la provincia. Dijeron que no, incluso, a los acuerdos del Viernes Santo. También a los compromisos de Theresa May con Bruselas para el Brexit, y ahora al de Boris Johnson. A lo que siempre dicen que sí es al dinero, pero no parece que esta vez unos cientos de millones de libras para un hospital o una autopista entre Belfast y Derry les vayan a hacer cambiar así como así de opinión.

Los ‘remainers’ y el Labour se plantean exigir un segundo referéndum a cambio del sí al nuevo pacto

De manera que en el Brexit se ha cerrado una especie de círculo y, después de tres años, se ha acabado prácticamente en el punto de partida: un pacto para la permanencia de facto de Irlanda del Norte en la unión aduanera y elementos importantes del mercado único, con una frontera virtual con el resto del Reino Unido en el mar del Norte. O sea, la fórmula original negociada por Theresa May y aprobada por Bruselas, la que desde el principio tenía más sentido, pero que saltó por los aires cuando los ultraconservadores protestantes del DUP –que sostenían su gobierno de minoría– dijeron que por encima de su cadáver, temerosos de que impulsara la reunificación.

A May la consiguieron intimidar y que en el último momento se desdijera. Pero Johnson ha pasado por encima de ellos, y ha firmado con Bruselas. El sábado se verá si al primer ministro, que sabe griego y latín, se le dan bien las matemáticas porque, sin los votos del DUP, la aritmética parlamentaria no parece cuadrarle para que el plan reciba el refrendo de la mayoría de los Comunes. A no ser que la negativa de la UE a conceder una nueva prórroga cambie radicalmente la dinámica. Bruselas ha dicho que hasta aquí hemos llegado, y ha privado a los remainers de una de sus armas más importantes. A la oposición sólo le queda impulsar un segundo referéndum o una moción de censura.

Al igual que sólo fue un republicano como Nixon quien realizó el acercamiento a China, y los conservadores Reagan y Thatcher quienes decretaron que Gorbachov era un hombre con el que se podía hacer negocios, ha tenido que ser un euroescéptico visceral como Johnson –aunque lo sea de una manera artificial, por su propio interés– quien tuviera suficiente credibilidad ante los enemigos de la Unión Europea en el Parlamento británico para venderles un compromiso no muy diferente del que le fue negado tres veces a Theresa May en los Comunes. Así es la política. Pero tal vez no sea suficiente para lograr el sábado la ratificación del acuerdo, con toda el DUP, por lo menos un puñado de conservadores y la inmensa mayoría de la oposición en contra.

Acuerdo con Bruselas, pero rechazo del DUP y dudas de los euroescépticos. Ahora se verá si a Boris, como a Churchill, le sientan bien todas las palabras que se ha tenido que tragarse.

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